dimecres, 27 de març del 2019

Volies ser merda i no arribes a pet


Hace bastantes años aprendí inglés con una profesora americana cuyo español era bastante correcto, aunque con ocasionales errores de concordancia. Recuerdo una ocasión en que una alumna de repaso, una niñita bastante desagradable, e incluso peor estudiante, le corrigió una frase en español a la profesora. Ella no se cortó y le replicó: "cuando tú hables inglés como yo hablo español, entonces podrás corregirme".

La actitud de mi profesora fue tan digna de aplauso como la de la chiquilla de censura. Nadie quiere identificarse con esa persona mediocre y vulgar que no pierde oportunidad de darle lecciones a los demás de lo que ellos mismos no tienen ni idea. Es un vicio tan extendido que ya ni nos sorprende. Excepto cuando resulta que los que pecamos de opinar sin saber somos nosotros mismos.

"Todo el mundo tiene su opinión" es una obviedad. "Todo el mundo puede opinar" es más cuestionable. Las opiniones pueden estar basadas en el conocimiento o la experiencia personal, pero también en ideas recibidas, rumores, mitos o tópicos. Y por alguna razón, cuanta menos base tiene una opinión, más se esfuerza su dueño en expresarla. Sin importar la experiencia real del sujeto con el tema a debate, todo el mundo en algún momento ha sido (yo también) un experto en algo de lo que no tiene ni puta idea.

"Everybody is a critic" dicen en inglés para denostar al opinador de oficio. Prueba a escuchar opiniones de gente sobre actualidad, sobre arte, o cine, o fútbol. Oyéndolos creerías que son verdaderos licenciados en el tema, como tertulianos de un programa de radio. Raras veces oyes a alguien proclamar su ignorancia sobre un tema, y no pocas veces es solo como prólogo a una opinión no requerida: "yo no sé mucho de esto pero..."

La opinión infundada como género es un hecho cultural con el que poco se puede hacer sin llamar cenutrio indocumentado a todo el mundo (aunque la tentación está ahí). Lo que sí que hay que detener a toda costa es la epidemia de consejeros desinformados que cruzan la línea entre "pues a mí me parece" (que dentro de lo que cabe es simplemente molesto) y el "lo que deberías hacer es" que ya entra en la categoría de odioso.


No estoy exagerando, a lo largo de los años he recibido consejos (importante, nunca solicitados): sobre dieta de personas con sobrepeso; sobre ejercicio físico de personas que no pisan un gimnasio ni por error; sobre salud de fumadores; sobre la actualidad de Catalunya de gente que nunca ha vivido aquí; sobre viajes de gente que nunca ha hecho una escala o un viaje trasatlántico; sobre salud mental de gente que nunca ha sufrido ni medio ataque de pánico... Todos conocemos al típico listo que habla con vehemencia sobre libros en base a los pocos que ha leído en su vida, o que repite una y otra vez la historia de sus pocos viajes como si fuera Marco Polo. "Como Granada no hay nada" es una afirmación bastante hueca si no conoces ningún otro sitio. Haciendo videojuegos me ha tocado trabajar con diseñadores (y artistas, y productores, ystudio managers...) que aseguraban tener la fórmula del éxito, a pesar de nunca tuvieron ninguno. Y por supuesto, en estos últimos años el dar consejos de oficio y sin credenciales se ha convertido en carrera, el infame "coach" capaz de planificar la vida de sus clientes desde la comodidad de quien ni comparte la experiencia vital, ni tiene que gestionar las consecuencias de sus decisiones.

Por supuesto que para mí una de las formas más insidiosas de consejo desinformado es el que tiene que ver con mis dibujos. A todo artista un poco sensible siempre le cuesta recibir consejos artísticos, incluso cuando vienen de un experto o de un profesor. Pero resultan especialmente sangrantes cuando vienen de gente que no ha dibujado nunca nada. Desde que paso el día contando a todo el mundo sobre mi intención de dedicarme a hacer cómics, me toca escuchar los inútiles consejos de gente que no dibuja, o no lee cómics, o no tiene más conocimiento sobre el tema que ver películas de Marvel.

Como los aficionados que dan consejos sobre un deporte cuando ellos no han tocado un balón o corrido cien metros en su vida, los aconsejadores artísticos de oficio se creen con la autoridad de explicarte cómo dibujar, y no tienen problema en dejarte comentarios con sus consejos. Eso sí, como se te ocurra preguntarles por su nivel de experiencia o sugerirles que prueben a hacerlo ellos - entonces no, para eso no tienen tiempo.

Varias veces cuando le he contado a alguien que dibujo cómics, me han propuesto alguna historia. Solamente les pido dos cosas: ¿cuál es tu experiencia escribiendo? Y, ¿puedes poner por escrito tu propuesta? E invariablemente la historia termina ahí: hasta la fecha ninguna de esas conversaciones se ha materializado en una idea por escrito. Al parecer la capacidad del presunto experto se termina en cuanto tiene que poner de su parte y no solo decirte lo que "deberías" hacer. Vivir a través del trabajo de los demás es otra de las epidemias de nuestro tiempo, y todo el mundo quiere ser parte de los éxitos ajenos, arrogarse el mérito del esfuerzo de otros.

¿Te acuerdas de aquello de "Hemos ganado el mundial"? Pues no, tú no has ganado nada. Tú solo estabas en el sofá viendo la tele.

Todo esto no es para decir que no puedas criticar algo a menos que tú puedas hacerlo mejor. A mí no se me da muy bien el bricolaje pero puedo reconocer los méritos de la Torre Eiffel. Si no te gusta lo que hago, no tengo ningún problema en saberlo. Pero por favor, déjalo ahí. No intentes darme consejos, a menos que tú seas capaz de hacerlo, y ya de paso me lo puedas mostrar. No pretendas saber algo que yo no sé, a menos que hayas pasado al menos tantas horas como yo picando piedra.

Y si aún así tienes la tentación de dejarme un comentario diciéndome lo que debería hacer, haz como les enseñan a los que sufren síndrome de Asperger: repítelo tres veces en tu cabeza y luego cállate. Porque para recibir consejos de idiotas que no tienen ni idea, ya tengo mi trabajo.