dilluns, 30 de juny del 2008

Parece mentira lo que la perdiz se estira

Hoy media España vive anestesiada la victoria en el fútbol. A la otra media o le da igual el fútbol o le da rabia España por motivos políticos. A mí la verdad es que me cuesta sentirme representado por once tíos corriendo detrás de una pelota (me identifiqué más con el Chiki-Chiki, que al menos lo voté) pero está bien que la gente de este país tenga motivos para algo de alegría, con lo malitas que están las cosas... menos para mí, que encima de haberme pegado ocho largos meses sin dar un palo al agua, ahora encima ¡me voy de vacaciones!

Con este motivo, he estado rematando las cosas que tenía pendientes y que no me puedo llevar conmigo de viaje. Así que me he terminado el libro que me compré por Sant Jordi, así como algunas series de televisión. Precisamente me he llevado una agradable sorpresa al ponerme el último episodio de El Internado (una serie tan casposa como adictiva), en versión digital clandestina (si Dios hubiera querido que viéramos las series con publicidad, no habría inventado el Emule). Debí sospechar algo con el título del episodio según el nombre del fichero ("La Alegría de los Globos") pero la pista definitiva de que no era precisamente El Internado lo que iba a ver terminar me la ha dado la chica protagonista de la equívoca grabación, que muestra las tetas a la cámara nada más aparecer en pantalla. Un rato más tarde, y tras ir de compras, hacerse un tatuaje y montar en un kart vistiendo solo un bañador que dejaba poco espacio a la imaginación, mantiene un encuentro íntimo muy explícito con un joven muy bien dotado.


No puedo evitar asombrarme del extraño sentido del humor de los responsables de compartir porno camuflado; después de todo, los que realmente buscan porno tienen donde elegir (y en todo caso, no es lo más raro que me he encontrado camuflado: en una ocasión fue un documental de National Geographic lo que apareció en vez del episodio de Lost que esperaba). Pero a punto de irme de viaje no puedo evitar pensar que tal vez se trate de una extraña premonición: tal vez mis relajantes, pero por demás anodinas, vacaciones puedan terminar deparando alguna sorpresa?

Pues ya os lo contaré dentro de un mes, tras batir mi récord personal de permanencia fuera de Mallorca, que actualmente está en 21 días (lo cual explica muchas cosas), y que después espero sea mucho más largo, si las cosas (y las entrevistas de trabajo) salen como espero. Estos meses me han ayudado a cambiar mi concepto de Mallorca, que ahora en vez de ser el lugar en el que vivo y trabajo se ha convertido en el lugar donde descanso y paso de todo. Demasiadas decepciones han contribuido a ello, incluyendo descubrir lo cabrones que pueden llegar a ser algunos de mis ex-jefes y ex-compañeros de trabajo, a todos los cuales espero poder devolverles algún día el favor.

Porque eso sí que sería "La Alegría de los Globos", definitivamente.

dimarts, 24 de juny del 2008

Te daré una que parecerá que el mundo te empuja


Escoger una película es un arte, y sobre todo escoger la película adecuada para cada estado de ánimo. A modo de servicio público, entre la recomendación y la advertencia, quiero reseñar An American Crime, la negrísima película que se me ocurrió ver anoche y de la que, como en otras ocasiones, salí con peor cuerpo que cuando entré (la última, La Niebla). Yo pensaba que iba a tratarse de una historia de crímenes más o menos cruda pero en el fondo normal, pero lo que me encontré en aquella sala prácticamente vacía (después de todo era noche de San Juan, aunque yo no estaba de humor para celebrarlo) se adscribe al género de la pornografía de la crueldad. Y no, no me refiero a una de esas historias más o menos cafres que buscan impactar entre gritos y casquería (del tipo Matanza de Texas o Saw). Esta película pasó por el festival de Sundance, y eso casi siempre significa algo de profundidad.

No hace mucho el mundo se horrorizaba ante el caso del monstruo austríaco que mantuvo encerrada y abusó de su hija durante más de 20 años. Aunque la historia narrada en la película no llega a este nivel de horror, puedo imaginar que el impacto social que el suceso real en el que se basa, que tuvo lugar en la América Profunda de los años 60, pudo tener en la sociedad un impacto similar. La historia de esta adolescente que sufre toda clase de vejaciones y torturas a manos de una madre de familia perturbada y sus hijos es una de esas que hiela la sangre, entre la rabia, la impotencia y el simple horror ante lo más oculto de la condición humana. Y aunque leo que la película escamotea detalles del caso real (no quiero ni imaginar cuáles) para evitar caer en el horror gratuito, escala fácilmente puestos en el podio del mal rollo cinematográfico, junto a títulos (por otro lado imprescindibles) como Requiem por un sueño o Bailar en la oscuridad. Imprescindibles las interpretaciones de Ellen Page (ver mi reseña de Juno), seguramente la mejor actriz de su generación, y de Catherine Keener (otro nombre solo por el cual yo pagaría una entrada).

Pero si algo hay que aprovechar del mal rato que la cinta nos depara es la indolencia con la que vecinos y conocidos se mantuvieron al margen de los sucesos, pese a los gritos y los rumores. Ahora que la violencia doméstica asoma en los periódicos prácticamente a diario, vale la pena recordar, y prevenir que nadie vuelva a ser cómplice silencioso del horror cotidiano. An American Crime nos recuerda que evitar una historia como la de Sylvia Likens, puede estar en nuestras manos.

dilluns, 9 de juny del 2008

Un frío que pela el culo a las liebres

Tengo una relación extraña con la muerte. No me refiero a la muerte en general, ni como fin de la vida o como parte de un debate filosófico sobre la inmortalidad del alma. Tampoco a que me dé miedo la mía, porque he desarrollado ese instinto de fatalismo según el cual el día que me muera será el día en que podré dejar de preocuparme. Pero me inquieta la muerte como factor de consideración cuando se trata de planificar el futuro, o de confiar en tener tiempo para corregir los errores, o simplemente de afrontar los momentos duros con mayor o menor sentido práctico, en función del tiempo que uno va a tener que dedicar a sufrir.

Puesto que no solemos disfrutar del privilegio de conocer el día exacto en el que dejaremos de respirar, normalmente actuamos en base a la hipótesis de que aún es pronto. Y puede que eso sea lo mejor en el fondo, porque si fuéramos a actuar con la convicción de que vamos a morir mañana, sin tener que asumir la responsabilidad por lo que hemos hecho hoy, el mundo sería un lugar más caótico. Y sin embargo, tomarnos cada día con un cierto sentido de urgencia nos ayuda a valorar y apreciar más cada oportunidad de disfrutar. Y sobre todo, a sentirnos afortunados de seguir vivos al día siguiente.

Afortunados porque si una cosa tiene la muerte, además de ser la única experiencia realmente democrática de la vida, es su infinita arbitrariedad. Y pese a todo, no dejamos de considerar injusta la muerte cuando sucede de repente, a personas que no se la buscaban ni se la merecían, y desafiando el protocolo establecido. De la serie Six Feet Under (A dos metros bajo tierra), cuyos protagonistas convivían profesionalmente con la muerte, recuerdo una lúcida reflexión: "tenemos un nombre para alguien que ha perdido a sus padres (huérfano) o a su pareja (viudo/a) pero no para un padre que ha perdido a un hijo; tal vez porque lo consideramos algo tan horrible que no queremos ni siquiera nombrarlo." La muerte es triste en todos los casos, pero sabemos que no todas las muertes son iguales. Algunas son más terribles, y dejan un hueco más difícil de llenar. No es lo mismo un anciano que muere rodeado de sus seres queridos, que una chica joven embestida por otro coche en una autopista.

Mi amiga Eva tenía 31 años. Me alegro de haberla conocido.

Y los demás, por favor, conducid con cuidado.