La lotería, ese impuesto voluntario con el que el estado grava a los que no soy muy buenos con las matemáticas, es la noticia del día, y el anuncio a gritos de que llega la navidad. No hay donde esconderse de este ritual cuasi místico, con el que cual danza de la lluvia, los ciudadanos de a pie tratan de conjurar los malos espíritus y atraer la buena suerte. Ésta sólo sonreirá a unos pocos, mientras los demás seguirán creyendo esperanzados en que el año que viene ellos serán los afortunados, y de esta manera afrontarán la navidad con algo de la ilusión de la que ésta escasea. Y como todo el mundo conoce o ha oido hablar de alguien a quien le tocó un año, el anzuelo no puede estar mejor mejor cebado.
La posibilidad de que te toque la lotería es similar a la de que te cague un pájaro encima en la calle. La de que te toque el gordo, a la de que lo mismo suceda sin salir de casa. Y sin embargo, no pocas personas invierten a tan triste probabilidad con esperanza, mientras que desestiman la precaución de cubrirse la cabeza antes de salir a la calle todos los días.
El azar es parte de nuestras vidas, y posiblemente la primera causa de cambios en ellas. Si pensamos en todas las circunstancias que han rodeado nuestra existencia, y consideramos cuántas de ellas fueron debidas al puro azar (el lugar en el que hemos nacido y vivido, las personas a las que hemos conocido, los accidentes que hemos sufrido) nos daremos cuenta de en qué medida nuestra vida es el fruto de una sucesión de casualidades, de una infinidad de tiradas de dado cósmicas, sobre los que en ningún momento hemos ejercido poder o control alguno. Si el destino nos lleva a ser arrollados mañana por un motocarro (pongamos por caso) ninguna decisión consciente puede evitar tal evento. Si una posibilidad en la que hemos invertido nuestras ilusiones tiene que salir mal, desesperar sirve para lo mismo que lamentarse de que no nos haya tocado la lotería.
En este día de ambiente festivo, niños chillones, turrones y reencuentros, me he acordado de que hoy habría sido el día en que habría vuelto de Irlanda por navidad. Más suerte la próxima vez. Y feliz navidad.
3 comentaris:
Motocarro... qué recuerdos.
¡Ja,ja,ja! Jaume tiene razón, con lo que le gustaban los motocarros a mi hermano, que siempre los miraba de pequeño.
Bueno, ya veo que a ti tampoco te tocó el gordo. En fin, salud que no falte, que es lo que se suele decir en estos casos.
Que el 2008 nos sea más propicio. Un abrazo.
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