Aprovecho que a estas horas empieza oficialmente la campaña electoral para hacer mi primer y último mitin político. Esta noche se pone en marcha lo que debería ser el engranaje central de la democracia, y que en realidad no es más que una subasta en la que los contendientes pujan por el poder. Pero al contrario que en las subastas de verdad, en ésta ni la mayor puja es la que vence, ni hay obligación alguna de cumplir con lo prometido. Así pues, de qué va todo esto de verdad?
Imaginemos por un momento que un alienigena de dos cabezas acaba de llegar a España, y puesto en la tesitura de integrarse con la población y aparentar normalidad, tiene que decidir su voto en base a lo que ha estado oyendo decir a los representantes de los diferentes partidos durante las últimas semanas, meses, y así hasta los cuatro años desde la anterior convocatoria general. Este marciano, pese a sus dos cabezas pensantes, tendría problemas para entender si España se está rompiendo, si reunirse con terroristas es bueno o malo, si los gays deberían poder casarse y adoptar hijos, si la izquierda abertzale es legal o no, si la ciudadanía es algo para lo que tiene que educarse en las escuelas o en las iglesias, si el Rey cae bien, o si son o no un problema el acceso a la vivienda, la inmigración, el cambio climático y las obras del AVE.
Posiblemente el tal alienígena se volvería a su planeta desconcertado, pensando que ninguna causa se merece tanta controversia. Casi cualquier ciudadano con una inquietud política similar debería enfrentarse a la misma clase de dilema, y sin embargo entre los gritos y el mercadeo, todo el mundo parece estarse alineando con gran seguridad en uno u otro bando. Yo la verdad, imagino estas elecciones como aquellas secuencias de batalla de Braveheart en las que, sin táctica aparente, los dos ejércitos chocan y resuelven sus diferencias a golpes de espada. Esta escena, por heroica y épica que aparezca en la pantalla, es la menos democrática de las confrontaciones, y a mí personalmente el plano que más me impacta es el del campo de batalla cubierto de cadáveres.
Nunca desde que tengo derecho a voto había tenido más la sensación de que lo que se librará en las urnas no es una pugna por el poder, sino una guerra (civil) fría.
2 comentaris:
La verdad es que dan ganas de no votar... Pero eso tampoco solucionaría mucho, supongo.
Yo digo lo mismo que dije en las anteriores, y me mantengo en mis trece por mucho que me toque los cojones: Votar al Mal menor.
De lo contrario, el Mal te come. Y es que múltiples cabezas tiene la Bestia...
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